El golpecito en la espalda, los apretones de manos, los abrazos, el hombro con hombro, los besos al llegar y al despedirse…, todo eso nos lo ha arrebatado la Covid-19. ¿Hasta qué punto los necesitamos para vivir?
Ya desde los años 50-60 en EEUU, el Dr. Harry Harlow, psicólogo, llevó a cabo una serie de importantes experimentos (aunque duros y éticamente cuestionables) con crías de monos Rhesus, para estudiar el vínculo emocional que se crea entre un bebé y sus cuidadores.
Para ello, Harlow y su equipo construyeron dos tipos de «madres», unas hechas de alambres con un biberón del que tomar leche, y otras que simplemente estaban recubiertas de felpa (sin biberón). El resultado mostró cómo las crías preferían al muñeco, a pesar de que este no les proporcionaba alimento alguno. Aquí puedes ver el experimento.
Han sido innumerables los estudios que se han ido realizando desde entonces y están científicamente comprobado los beneficios del contacto físico:
- Reduce la producción de cortisol, la hormona del estrés. Esto, a su vez, desinhibe la producción de linfocitos, que son la primera línea de defensa del sistema inmune.
- Incrementa la producción de serotonina, dopamina y oxitocina. Todas estas hormonas tienen un importante papel en la sensación de bienestar.
No es una casualidad que el sentido del tacto sea el sentido que tenemos más desarrollado al nacer, es el más primitivo.
No tenemos experiencia anterior para saber cómo se transita por una situación de aislamiento físico como la que estamos padeciendo actualmente. Los especialistas empiezan a hablar del “hambre de piel”, pero es difícil aventurar hipótesis de cómo revertir sus consecuencias y de la influencia que tendrá en nuestra salud física y mental en el futuro.
Entonces, ¿qué hacer hasta que podamos libremente tocar y ser tocados? ¿es posible sustituir la sensación de hambre de piel?
Aunque no sea lo mismo, hay cosas que podemos hacer:
- Expresa tus sentimientos con palabras, más que nunca necesitamos palabras de agradecimiento, de reconocimiento, de cariño.
- Comunica tus impulsos cariñosos, “me encantaría darte un abrazo”, aunque no lo hagas.
- Utiliza las miradas, mantén el contacto visual para descubrir esos pequeños gestos que nos permitirán saber que está sintiendo la otra persona.
- Refuerza el contacto físico con las personas con las que convives.
- Aunque sea debajo de la mascarilla, sonríe, se trasmite y tu te beneficias.
- Recupera otras formas de comunicación como la escritura, la música, las canciones.
Y sobre todo, paciencia y más paciencia. Quizás sea un buen momento para reflexionar sobre la importancia de tocar y ser tocados, de esa necesidad de relacionarnos, de sentirnos y quizás, cuando podamos volver a hacerlo nos abrazaremos y nos tocaremos mucho más.
María Fernández de la Riva
Psicóloga clínica M-29020
Tfno. 639 40 74 93